lunes, 24 de diciembre de 2007

SI HAY UN PERIODISTA QUE SABE SOBRE REPRESION,FUE OPOSITOR EN LOS 70 A LA DICTADURA ES EL AUTOR DE ESTA NOTA:

Los viejos comisarios y la nueva Policia Por Gabriel Bustos Herrera Especial para Los Andes -------------------------------------------------------------------------------- “Mire, no se meta Gobernador. Deje que esto lo arregle la Policía… ” -escuchó. Era una madrugada templada de 1998. Todos estaban sin dormir: Lafalla, el gobernador; un jefe de uniforme azul, el ministro político y un legislador oficialista. La mesa de arena ardía. Afuera, la tormenta perfecta: rebelión policial, desprestigio de sus comandos y explosión de la delincuencia. Pero había más, y venía de antes. Desaparecidos detenidos en las comisarías; evidencias de mano dura tras las rejas; el cadáver de Sebastián Bordón, en un barranco del sur, con la evidencia de una brutal paliza a manos de policías. La misma institución que se movió en la obediencia debida al Ejército, la Aeronáutica, la Marina y la Gendarmería, en tiempos del Proceso. “La Policía de Santuccione”, según ironizaban unos. “La vieja Policía”, otros. La tormenta perfecta. Los diarios, la radio y la TV mostraban, esta vez, el asesinato de un joven policía, baleado por delincuentes en un procedimiento, y una histórica rebelión policial, que fue cargando su caldera a la salida del sepelio del uniformado. Un cóctel explosivo ante los símbolos del poder político: la gente angustiada en la calle por el avance creciente de la delincuencia -que explotaría luego con la crisis de 2001- miles de mandos medios y agentes de fajina armados con pistolas 9 mm e Itakas, a los gritos ante la Legislatura, el Barrio Cívico, el Poder Judicial, en una clarísima apretada al poder político. Tétrico: asaltantes cada vez más activos y desprejuiciados; policías pobres, sin ánimo, sospechados por la gente, enfrentados a la evidencia de algunos jefes policiales ricos, desprestigiados, sin mando real y varios implicados en la historia de la represión del Proceso. Y las culpas del poder político: en los números de décadas anteriores y ante la crisis del ’98-’99 y la de 2001 (cuando surgió el Plan Quinquenal), los presupuestos “de seguridad”, los recursos públicos para la Policía y su formación, los procedimientos judiciales y el grueso déficit de las cárceles -en capacidad y en condiciones de detención-, desnudaban deudas inexplicables, todas ellas nutrientes del volcán de la inseguridad que engrosaba la lava ladera abajo, día a día. Poder: ¿civil o policial? En los 13 puntos de un comunicado, los líderes de la rebelión azul del ’98, exigían protección legal en el combate contra la delincuencia; dignificación salarial y tecnológica; más recursos y reformas procesales que les permitieran apretar las marcas contra los asaltantes (el 80% de ellos con causas pendientes no resueltas). Y en la calle, rondando aquello de que “entran por una puerta y salen por la otra”. Entre lo escrito y lo que no se decía, reclamaban dignidad, recursos y replanteo de sus líderes. Mas adentro estaba el pedido central: el mando de la fuerza. Por eso, lo de “No se meta Gobernador, deje que lo resuelva la Policía”, según había reiterado uno de los jefes, cuando ya la crisis se lo iba llevando puesto a él mismo. Era evidente que la Policía estaba anarquizada, con mandos diluidos y desalentada. Su plana mayor en realidad ya no lideraba la fuerza, según los datos íntimos que manejaba el poder político: el desprestigio de algunos “generales”, con ingresos dudosos, cotos en algunas comisarías, relaciones malolientes con los servicios extras y algunos otros rubros jugosos para pocos. La mezcla se cargaba con agentes y suboficiales pobres, conviviendo en barriadas miserables con varios de los delincuentes que después había que enfrentar; con poca tecnología, menos capacitación profesional y con la sensación de que la ley protegía más a los asaltantes que a ellos, bajo al paraguas de los “derechos humanos”. Los de la rebelión sentían que cada madrugada, los de la fajina salían a la calle para enfrentar a los delincuentes, desprestigiados, sin recursos, empobrecidos, con el peso en la conciencia de algunos jefes ricos, muy metidos en su burocracia, con negocios dudosos y hasta con un pasado reciente sospechado por el Proceso militar, en el que unos pocos habían tenido claro protagonismo. El mando para el poder político. La respuesta ya es parte de la historia. El poder político se resistió al embate de la vieja Policía que le exigía el poder y ratificó su decisión: el poder seguirá siendo político-democrático, las operaciones para la Policía y un recambio “hasta la médula”, según prometían en esos aciagos días del ’98-’99. Aguinaga, Cazabán -ambos hoy en el gabinete “transversal” de Jaque para la Seguridad- y Bruni -en la Bicameral, seguro- estaban entonces en la cocina de la reforma. Pero incluyó una purga quirúrgica en la Policía y el bisturí pasó a ser una especie del “hecho maldito”, o al menos el que más erizó la piel azul hasta hoy. Las listas de los que se fueron -los hubo “malos” y algunos “buenos” que cayeron en la colada- provocaron hasta polémica entre los propios partidos firmantes (por ejemplo, con los demócratas, que defendieron a varios comisarios y hasta mayor injerencia de un jefe de Policía de carrera). Fue la purga también un punto de crisis: cayeron la cúpula de comando, dos generaciones de jefes y cientos de mandos medios y agentes. Después, la historia conocida: las necesidades de las urnas se llevaron buena parte de la médula de la reforma, al menos de la política de Estado (que suponía no usar la reforma en las futuras políticas electorales). Pero todos los firmantes -unos más otros menos- hicieron política electoral con los postulados del ’98, según estuvieran en el poder o en el llano y según debían responder a la angustia ciudadana y a las demandas policiales. Hoy, el recambio de sillones en el poder y el llano vuelve a enfrentar en la dialéctica y en los hechos, a justicialistas (del PJ y de la Concertación), a radicales (ortodoxos y concertadores) y demócratas (justo lo que proponía evitar la política de Estado por décadas). En medio, la reforma, la contra-reforma o la reforma de la reforma, según se la mire.